Muy lejos de los confines de las construcciones de la mente, en el fondo del abismo sin fin, retirado de la existencia de la impermanencia, se encuentra un lugar donde el mal, la decadencia y el colapso de la muerte sobre sí mismas forman una masa supurante – odiando, eternamente.
Si un alma desafortunada fuera por cualquier medio capaz de atravesar el velo de la nada y llegara a este espacio más allá del olvido, se encontraría encerrada rápidamente en las garras de la perdición, como en la distancia oiría una voz incesante desprovista de toda razón. Acercándose cada vez más, y el sonido de la inevitabilidad sonaría en sus oídos.